viernes, 29 de noviembre de 2013

Nepal IV, Cerca del cielo. 19 de Abril


Suena el despertador de mi reloj y, todavía dolorido por la extraña postura en la que he pasado la noche, saco el brazo fuera del saco para mirar la hora. Sí, son las 2:30 de la madrugada, para mi pesar, y aquí comienza mi día más esperado en el Himalaya. Por fin vamos a hacer alpinismo de verdad. La siguiente sensación que tengo es que hace muchísimo frío. Todo dentro la tienda está congelado, menos lo que hemos conservado dentro del saco.

Joao ya se ha despertado y se mueve a una velocidad impensable para mí a estas horas y en estas condiciones. Para cuando yo consigo ponerme una primera capa térmica sin salir del saco, Joao ya esta fuera tomándose un té que han traído un par de sherpas que nos cuidaran las tiendas mientras realizamos nuestra ascensión, dado que en los campos base son comunes los saqueos y más en éste, que es un campo base muy comercial.

Ya vestido y con toda la ropa que tenía, y es que el frió aprieta. Salgo de la tienda y se abre ante mí un auténtico espectáculo que será difícil de olvidar: la noche cerrada todavía muestra en todo su esplendor un cielo estrellado diferente a cuantos he visto antes. Las noches estrelladas de pirineos se quedan pequeñas en comparación a lo que veo ante mí, mejor dicho, sobre mí. Pero una punzada en mi estómago rompe esa maravilla.

Ahora son las 3:15 de la mañana, llevamos un rato andando siguiendo nuestros frontales en una dura pendiente pedregosa. Siento que mi estómago no está bien, y menos para subir un pico de esta entidad. Apenas he tomado un té y dos galletas, pero éstas se niegan a permanecer en mi estomago y hacen que se retuerza con violencia. Intento abstraerme y centrarme en vencer la subida lo mejor que puedo. Antes de darme cuenta, estamos en el C.B. avanzado. Todavía de noche Pablo nos comunica que no puede seguir, que se encuentra muy mal. Joao decide bajar con él y nos explica la ruta, porque no sabe si le dará tiempo a alcanzarnos. Todo parece torcerse.

Es extraño ver partir hacia abajo en la oscuridad a los que yo consideraba los dos miembros más fuertes de la expedición. Rubén, Alex y yo decidimos que hay que seguir por lo menos hasta el glaciar y ver todo bajo los primeros rayos de sol. No podemos dejar que la negrura de la noche nos coma, nos engulla.
Ver salir el sol siempre me ha causado cierta paz interior, supongo que como a la gran mayoría de la gente; cierto es que esta vez lo estaba esperando con más ganas que nunca. El sol suponía varias cosas: empezaríamos a ver los paisajes de ensueño que nos rodeaban, haría más fácil nuestra travesía por el glaciar y lo que más deseaba traería un poco de calor a ese gélido mundo, donde todo estaba congelado. El frío era lo que peor llevaba, dado que mi tripa había parecido darme tregua. Hacia muchísimo frío, y ponerse los crampones estaba siendo una auténtica proeza. Por fin equipados, cuando nos disponíamos a cruzar un mar de oscuras grietas y seracs, apareció Joao, lo que supuso un autentico empujón para todos. Ahora sí teníamos que coronar la montaña, por nosotros y por Pablo que no había podido venir.

El transcurso del glaciar ha sido uno de los recuerdos que me llevé de Nepal. Qué sensaciones cruzar esas grietas sin fondo. Ver ese caos de hielo con esas enormes montañas detrás. Hacer eso que tantas veces había visto en una pantalla y que siempre había deseado protagonizar. Estaba haciendo alpinismo de verdad. Pero una visión me devolvió a la realidad. Una pala de hielo de aspecto intimidatorio se alzaba ante mí. La ruta la cruzaba recta y mis fuerzas flaquearon, no sabía si podría afrontar ese reto. Si lo conseguí fue una cuestión de orgullo más que de fortaleza, pero después de unas horas de penurias y de discursos internos conseguí hacer cima, minutos después que Alex. Estaba cerca del cielo, concretamente a 6.190 metros de altura, en una diminuta y aérea cima. Alex me dio un abrazo y me chocó la mano. Yo estaba exhausto y además no era capaz de asumir lo que había hecho; de echo mis recuerdos de esos momentos no son de una felicidad exultante, sino más bien de un deseo de bajar y descansar.
El descenso lo recuerdo como algo fugaz, concentración y automatismo de lo que estaba haciendo. Pese a que unos coreanos nos lo pusieron difícil tirándonos hielo, piedras y un largo etc.
A la salida del glaciar nos esperaba algo que no podría haber imaginado nunca y por lo que el pueblo sherpa es mundialmente admirado. Uno de los sherpas que nos había cuidado la tienda había subido hasta allí, unas 4 horas de dura ascensión, solo para traernos té caliente y unas galletas. Ésto sin duda ayudó a hacer nuestro descenso más fácil y a conseguir que nuestro agotamiento no aflorara tan pronto.


Cuando llegamos al campo base encontramos a Pablo, que estaba preocupado por nosotros y notros por él, pero Joao nos dio las instrucciones a seguir: Comer algo, beber, desmontar tiendas y rápido descenso a Chukung. Bueno, este era el plan inicial, porque con 12 horas de ejercicio y más de 15 kg de mochila a nuestras espaldas, no fue lo que se puede entender por un descenso rápido. Digamos que yo nunca lo había pasado tan mal, y creo que tardaré en volver a pasarlo así. Una auténtica tortura, pero por fin me pude envolver en mi saco, empezar a pensar en lo que había conseguido y en lo que me quedaba por conseguir. Nuestra aventura en Nepal acababa de comenzar.


Lorenzo J. Martínez ascendiendo el glaciar del Island Peak.