martes, 9 de julio de 2013

Nepal I, Demasiado 7-9 de Abril



          Echo la vista atrás y todo parece lejano, pasado, alejado... Pienso en nosotros cuatro arrastrando los pesados petates, en Barajas primero y a lo largo de más de 8000km después, y me parece que fue hace un siglo, que todo empieza a diluirse en las nebulosas del tiempo. Pero quizá es algo que he buscado adrede. Decidí no escribir sobre mi aventura en el Himalaya inmediatamente. Pensé que sería mejor dejar pasar unos meses, que la euforia diera paso a un análisis más sosegado y, posiblemente, cercano a la realidad. Sirvan estas líneas también como presentación de una serie de entradas  que, a lo largo de las próximas semanas, relatarán lo que fueron unos días inolvidables por muchísimas razones; no todas buenas, no todas malas.




Demasiado ruido, demasiado rápido, demasiado calor, demasiado...


            Son las 5:00 de la mañana, de un frío día de abril en Madrid. Este año la primavera parece no querer despuntar. Estoy todavía atiborrado de la comida italiana de hace unas horas. Quizá nuestro miedo a no comer ni mucho ni bien en las próximas semanas nos hizo dar algún bocado de más. Álex no se encuentra en su cama, los nervios le han hecho saltar de ella hace un buen rato. Fuera todo son prisas y estrés. El pequeño salón de la casa de Pablo parece un almacén de material de montaña, desayunos medio empezados o medio terminados, según se mire, gente (y eso que solo somos cuatro) yendo y viniendo, y papeles importantísimos que no se pueden perder, pese a que ahora están tirados por todos sitios.


            Barajas ya está despierto cuando llegamos. Bueno, creo que nunca duerme, y aunque estamos en la T1, un buen número de personas ya deambula con maletas y carritos de lado a lado. Felices, posamos en la foto con dos carros abarrotados de petates y mochilas... ¿de mano?. No sabíamos lo que se nos venía encima:


            -Ustedes no pueden volar vía india sin visados.

            -A ver, espere un segundo, en la embajada nos dijeron que para tránsito   aeroportuario no hacen falta, y nosotros no vamos a salir del aeropuerto.

            -Pero aquí no me figuran billetes de salida de Delhi y sin ellos no pueden volar.

            -Claro que no tenemos billetes, porque los tenemos que imprimir allí, mire la reserva si quiere.

            -Pero con eso no pueden volar, solo es una reserva.

            -Hombre, no me joda, y voy a pagar la reserva para luego quedarme de trabajador ilegal en la India. Usted déjeme subir al avión, y allí ya veré que        hago.

            -No pueden embarcar, les deportarían y a nosotros nos multarían. Así que hagan el favor de quitarse de la fila.

            -¿Y qué coño hacemos ahora, señorita?.

            -Ése no es mi problema, señor. Vayan a la ventanilla y allí les ayudarán.



            3 horas y 1285€ después...



            Las horas en el avión se hacen eternas. Suerte que las aerolíneas árabes no escatiman en comodidades ni servicios. Te atiborran a comida y te idiotizan con los últimos éxitos de Hollywood en pantalla individual. "Dios, cómo será la primera clase", me dice Pablo, mientras brindamos con cava porque por fin estamos volando, hacia Doha en lugar de Delhi, pero volando al fin y al cabo. El aeropuerto de Doha lo definiría como mestizo. Todo en él se mezcla, desde Lamborghinis aparcados en el duty free a nómadas bereberes con sus ropajes tradicionales descansando en el suelo del aeropuerto, con un cayado y las sandalias al lado, como si estuvieran en medio del desierto. Es curioso ver en la misma estantería un Cartier y una manta de pelo de camello, supongo que estas cosas tiene la globalización. 


            Estamos volando hacia Katmandú. Las horas de viaje, casi 20, me pasan factura y estoy profundamente dormido cuando me despierta la azafata, ofreciéndome una especie de burrito de pollo. Me lo como casi a la fuerza, pero después de que uno haya volado tanto con Ryanair estas cosas no se dejan escapar. Medio adormecido todavía, miro en mi pantalla el mapita que te dice cuanto te queda para tu destino, y veo que el tiempo va en aumento según el GPS. ¿Qué demonios pasa?. Pues pasa que nos dirigimos a Calcuta, vaya usted a saber porqué. El viaje todavía nos deparaba una última sorpresa. Pasamos dos horas en el aeropuerto de Calcuta, sin salir del avión, viendo unas bonitas palmeras por la ventanilla. Con todo esto quiero decir que, con tres horas de retraso, por fin aterrizamos en Katmandú. 


            Desde el avión parece una ciudad prieta, amontonada debajo de una densa nube de un color marrón insalubre. Pero cuando consigues salir a sus calles, sorteando antes a los numerosos "porters" que te asaltan a cada paso para intentar llevar o llevarse tu equipaje, te das cuenta que a donde acabas de llegar todo es diferente a un nivel que ni sospechas.


            Estamos dentro de una furgoneta destartalada, sin cinturones y que se bambolea incontroladamente en los socavones que, a cada metro, salpican la calle de arena, por supuesto. No sería tan terrible si alrededor nuestro no hubiera unas cuantas decenas de coches, motos, tractores, bicis, peatones, vacas... El tráfico se escapa de la definición de caótico, es algo sobrenatural; cientos de coches pitando, acelerando y cargados hasta límites insospechados, peatones cruzando con la mano levantada como única protección. Todo esto sin señales, sin semáforos, sin policía e, increíblemente, sin accidentes. 


            La llegada Katmandú es un shock para tus ya agotados sentidos, después de semejante viaje. Todo en esta ciudad es agobiante, olores, colores, ruido, polución, calor,  gente y un largo etc. Pero a la vez esta ciudad te atrapa. Todo es tan diferente, tan alejado de lo que conocemos, que a cada paso miras curioso, como un niño, en todas direcciones, esperando ver con qué te sorprendes ahora. 


            En esta ciudad se produce un rencuentro esperado por todos. Joâo, nuestro más ilustre integrante, que llega unas horas después de nosotros desde Lisboa, nos espera en el hotel. 


            Tenemos día y medio para organizar todo nuestro material, hacer unas últimas compras y dirigirnos a  lo que más deseamos, las montañas, las más altas que veremos nunca, las más altas que existen. Pero antes nos quedan 36 horas para tomarle el pulso a esta ciudad. Empezaremos por el barrio del Tamel, que supuestamente es el barrio turístico y más desarrollado de la ciudad, pese a que es una locura por completo. Pero cuando al día siguiente visitamos otra parte de la ciudad, el Tamel nos parece un oasis occidental en este mar de culturas. Esa tarde paseamos por Katmandú y vemos la que será la primera de muchas estupas y giramos nuestros primeros molinos de oración, temiendo hacerlo en la dirección equivocada. Probamos nuestra habilidad para el regateo y alucinamos con la cantidad de cables que pueden acumularse en un mismo poste de luz. 


            Solo nos queda ya una cosa: prepararnos. Organizando al día siguiente los petates, nos damos cuenta de la cantidad de material que llevamos y que habrá que portear; y de la increíble cantidad de material que puede acumular un ochomilista en su vida, incluso en un húmedo almacén de una ciudad a miles de km de su casa. Joâo es un personaje en todos los sentidos. Es sencillo y cercano, pese a haberlo logrado prácticamente todo en el alpinismo, además de un bromista por naturaleza. Sin duda entre nosotros existe un profundo respeto hacia él. Creo que a todos nos apasiona este viaje, pero hacerlo con él y aprender de alguien así lo hace mucho más atractivo, si cabe. 


         Ahora toca descansar, mentalizarnos. Mañana nos espera un peligroso vuelo hacia las montañas, hacia nuestros sueños.



Estupa en el centro de Katmandu.

Galería de Nepal I, Demasiado 

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