domingo, 28 de julio de 2013

Nepal III, Entre gigantes. 16-18 de Abril


Eran las 4:30 de la mañana y una gruesa capa de escarcha lo cubría todo. Hacía frío, varios grados bajo cero. El nimio desayuno, consistente en una tostada y un té, no se me había asentado bien y las náuseas crecían en intensidad y frecuencia. Joâo, que se percató de mi estado, me ofreció una aspirina sin decir nada verbalmente, pero viendo claramente en mi rostro lo que me pasaba. Tenía principios de MAM (mal agudo de montaña) y me sentía peor que nunca. Me dolía la cabeza como nunca antes; no más, sino de una forma diferente. Sentía una opresión en el cráneo entero, como si mi cerebro necesitara escapar de esa cárcel de hueso. Tenía unas fuertes náuseas e inapetencia y mis músculos estaban flojos, como sin energía. Mi decisión fue la de salir y ver hasta donde podía llegar, porque hoy no era una simple etapa de aproximación, hoy subíamos hasta Kala Patthar, a más de 5550 metros. Y mi estado no era el mejor.

Me abrigué hasta las cejas ya que por lo visto, en mí, otro de los efectos del MAM era la incapacidad para calentarme. Empecé a ascender siguiendo a mis compañeros con un paso cansino, que me hacia perderles cada poco tiempo de vista. Así, caminando a duras penas y con los ojos clavados en el suelo, con el frontal como única luz, fui avanzando abstraído de la realidad, casi como en un estado alterado, donde lo único que pretendes es poner el pie al final del siguiente paso. En una parada técnica me dí cuenta que el frontal ya no era necesario y, para mi sorpresa, ya estábamos andando por encima del glaciar, pese a que el suelo estaba cubierto de piedras. Pero la verdadera sorpresa se produjo cuando alcé la mirada hacia las montañas. No podía creer lo que veía. A mi alrededor gigantescas cimas de más de 7000, e incluso 8000 metros, se disponían en semicírculo cerrando el valle. Joâo señaló una en concreto, una pirámide perfecta de hielo y roca que se alzaba preciosa en el fondo del glaciar. Era el Pumori, de 7161 metros, sin duda la montaña más bonita que había visto nunca. El Everest, el Nuptse, el Lhopse y otros picos desconocidos para mí completaban la vista. En ese instante entendí porque los sherpas ven a estos montes como sus dioses.

Estábamos ya en Gorak Shep, considerada la última construcción humana del valle, si obviamos el cercano campo base del Everest. Llevaba unas horas sintiéndome mejor y el té con galletas acabó por revitalizarme. Estaba decidido, quería subir a Kala Patthar, ver al Everest cara a cara. Contemplarlo desde su mejor mirador.

Kala Patthar es una loma árida y pelada en la arista sur del Pumori que da respeto, no por su inocente aspecto, sino por su altitud. La subida era obvia, a media ladera; pero cuando la acometes te das cuenta de que a más de 5000 metros nada funciona como has aprendido. El ritmo se vuelve machacón y la respiración se acelera. De repente me di cuenta, Pablo y Rubén no nos seguían. Después supe que era demasiado para ellos en esta ocasión, que no podían. Por el contrario, Joâo, Alex y yo alcanzamos la cumbre, donde miles de banderines de oración inundan las pocas piedras de la pequeña cima. Y ahí estaba, enorme, con su cabeza humeante, tenia el Everest tan cerca que casi lo podía tocar. Pero una fuerte ráfaga de viento, fría como pocas que hubiera sentido antes, me devolvió a la realidad. Había que bajar, y había que hacerlo rápido porque hacia frío de verdad.

El resto del día, todos reunidos de nuevo, trascurrió entre niebla y un fortísimo viento, que nos acompañó hasta el final de la etapa. Mientras tanto, tuvimos tiempo de comernos una ración de jamón y queso, gentileza de nuestro buen amigo Álex. Ésto nos dio mas nostalgia que energías. El camino de vuelta se hizo interminable, atravesando una meseta pelada que surca uno de los laterales de la artesa glaciar del valle del Khumbu y que pasa por la parte superior de Periche. El camino nos dirigió hacia Dingboche, donde pasaríamos la noche a 4400 metros y que, sin duda, sería mas fácil que la anterior, debido a su altitud. Finalmente, hicimos 12 horas de caminata, que fueron recompensadas con una fantástica cena y buena compañía de unos amigos polacos en el lodge Monligh.

El día siguiente fue el mas fácil de todos los que pase en el Himalaya. No madrugamos, al contrario que durante las últimas semanas, y se agradeció. Nos despedimos de nuestras amigas polacas, dado que una no se sentía bien, y habían pensado en descender. Mandamos un e-mail a las familias y decidimos desayunar como reyes. Después, tras un cómodo paseo sin apenas desnivel, llegamos hasta Chukung a 4800 metros, donde descansamos antes de subir al campo base de nuestro primer objetivo:el Island Peak. El resto de la tarde la pasamos descansando e hidratándonos hasta que, prácticamente por noche, llegó nuestro porter. Nos enfadamos al descubrir que por ganar mas dinero decidió subir el todo el material, casi 90 kg, en lugar de hacerlo ayudado por un jak como teníamos hablado. Esto propicia que al día siguiente nos repartamos uno de los petates y vayamos bastante mas cargados hacia el campo base.

El día de aproximación al campo base es también tranquilo, pero no debemos olvidar que subiremos hasta los 5150 metros y dormiremos a esa altitud, lo cual supondrá un auténtico reto para nuestra aclimatación. La aproximación discurre por un glaciar increíble. No puedes evitar soñar con escalar las montañas circundantes, que no tienen nombre y que superan fácilmente los 6000 metros. Cuando alcanzamos el campo base todo es aún mejor de lo que se podría esperar. Delante tenemos la pared sur del Lhopse. Un monstruo de casi 4000 metros de vertical, un auténtico caos de hielo y roca que te pone los pelos de punta. En ese momento entiendes porqué es uno de los pocos retos que quedan en el himalayismo de gran dificultad.

La tarde fue algo nuevo para mí. Montamos las tiendas, nos distribuimos y preparamos el material para lo que nos esperaba al día siguiente. Mi primer seismil. Era curioso pero me encontraba bastante bien y fui el único que pudo comer todo el sobre de comida deshidratada. Los demás renqueaban bajo el yugo de la altitud, incluso Joâo, que tenía problemas intestinales. Eso me hizo recordar como me sentía el día anterior a Kala Patthar y como me sentí al día siguiente: las náuseas, la flojera y el dolor de cabeza. Un escalofrió me recorrió al pensar que al día siguiente podría sentirme así. Decidí dejar de pensar y centrarme en la poca vida que se puede hacer en un campo base, en ver como se pasaba el tiempo en un lugar así. Después de recorrer los alrededores del capo base lo vi todo de forma diferente.

Por primera vez desde que estaba en el Himalaya me sentí pequeño, superado, como un insignificante insecto en un mundo hecho para elefantes. Descubrí que el campo base se asentaba en la morrena lateral de un glaciar de unas dimensiones colosales. El mismo que tendríamos que rodear para dirigirnos en un par de días hasta nuestro siguiente reto: el collado de Mingbo. La caída desde el borde del precipicio era de cientos de metros y lo que se extendía abajo era dantesco. Cientos, si no miles, de bloques gigantescos de hielo se retorcían y rugían bajo mis pies; unos negros, otros marrones, por la tierra acumulada durante cientos de años, y otros azules, incluso celestes, que los hacían tremendamente bellos. Una gran bóveda atrajo mi atención, parecía enorme, y eso que se encontraba fácilmente a más de un kilómetro de distancia. En ese momento entendí que ese lugar no está hecho para los hombres y que si nos aventuramos en él estamos totalmente supeditados a sus deseos. Eso lo comprobaría unos días después. Y allí me quedé, ensimismado durante un rato, no sabría decir cuanto fue, hasta que empece a sentir frío, mucho frío.


La última bocanada de vaho se reflejó en el frontal y me despedí con un “hasta mañana” de Joâo. Me encontraba en una minúscula tienda para una persona, pero donde dormíamos dos con el equipo. Me sentí un poco intimidado por lo que íbamos afrontar en las próximas jornadas y me vino un pensamiento a la cabeza: “Cómo demonios vamos a dormir así tres días, si apenas tengo espacio para girarme sobre mí mismo”. La noche se presentaba tan dura o más que el día siguiente. Tendría que hacer un esfuerzo por intentar dormir en ese escorzo postural en el que me encontraba. Dentro de unas horas intentaría subir mi primera montaña importante en el Himalaya.


Lorenzo J. Martínez descansando camino del C.B. del Everest.

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