martes, 16 de julio de 2013

Nepal II, ¡Estamos en el Khumbu!, ¡Estamos en el Himalaya! 10-15 de Abril

            Todo era diferente al Katmandú que habíamos conocido los días anteriores. Apenas había coches por las arenosas calles, no había remolinos de gente en las aceras e incluso algún lugareño corría por los arcenes aprovechando que aun no había flotando en el aire esa nube de polvo y CO2 de las horas diurnas. Pese a que no había amanecido, los porteadores ya esperaban nuestra llegada en el aeropuerto para ganarse una pocas rupias, llegando a pelearse delante de nosotros por conseguir llevar uno de nuestros petates. Dentro de unas horas nos esperaba lo que más respeto me daba del viaje, el vuelo a Lukla, uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo.

            Todo parecía ir rodado hasta que la cara de Joâo se torno sombría mientras escuchaba al responsable de la compañía, Sita Air, la misma en la que un año antes un avión se había estrellado al despegar de Lukla, muriendo todos sus ocupantes. Éramos de los pocos que volábamos con ellos y encima ésto. Después de varios gritos, Joâo se volvió hacia nosotros para traducirnos lo que le habían dicho en una mezcla de nepalí e inglés:

            -Dice que tenemos exceso de peso, que solo 15 kg por persona y llevamos casi el doble. Si queremos que nuestros petates vuelen hay que pagarle.

            Parece ser que para lavar su imagen Sita Air había decidido hacer controles más exhaustivos y hemos pagado la novatada, ya que vamos cargados con cosas innecesarias, como el agua, por la simple razón de que es unas rupias más barata en Katmandú que en Lukla. Pero bueno, sabemos que el soborno es casi legal en estos países. Así que pasamos por el aro y por 5000 rupias (unos 50€, una auténtica fortuna en este país), nuestros petates vuelan.

            Estamos tumbados en el césped. Impasibles, casi abrumados por lo que nos rodea. Estamos en Lukla esperando a que Joâo negocie con los porters locales sus sueldos por llevar parte de nuestro equipo a Pangboche. A nuestro alrededor picos que rondan los 5000 metros hacen las delicias de nuestros ojos. El vuelo ha ido perfecto, salvo por unas cuantas sacudidas en plan batidora y un aterrizaje digamos poco suave. Cuando aterrizamos una legión de sherpas nos asaltan, pero Joâo sabe donde ir así que pronto nos dejan en paz. "More tea?", me pregunta una joven sherpa; asiento, alzando mi taza, me siento absorto ante estas montañas. Solo en los alrededores de este pueblo hay montes suficientes para no repetir una ascensión a lo largo de una vida. Pablo me grita, sacándome de mis sueños alpinísticos, diciéndome que tenemos que organizar un petate a medias, es como la quinta vez que hago mi petate en 3 días, qué pesadez.

            "¿Dónde está Alex? Necesito cosas de su petate" pregunta Rubén a todos los presentes. Tras buscarlo por el lodge, viene corriendo, diciéndonos que ha encontrado unos niños sherpas muy majos, que si queremos ir. Son tres niños de una casa cercana que juegan en las inmediaciones del aeropuerto, ajenos al ir y venir de aviones y helicópteros. Jugamos y nos sacamos fotos con ellos durante un rato, antes de que Joâo nos llame para ponernos en marcha. Tenemos 3 horas hasta Phakding y vamos con retraso.

            Empezamos a andar tranquilos, pero todo nos sorprende a cada paso: casas, cultivos, primer puente tibetano, porteadores, caravanas de animales y un largo etc. La primera caminata no se hace larga, más bien se pasa volada; nos deja a todos un sabor de boca de querer más, de seguir andando hasta alguna de esas aparentes cercanas montañas. Han sido 3 horas de cómodo descenso desde Lukla y nuestra primera noche la pasaremos en un gran lodge. El resto la tarde la pasamos descansando y acostumbrándonos a este valle tan increíble. ¡Estamos en el Khumbu!, ¡Estamos en el Himalaya!, aun no me lo creo.

            El calor ya aprieta y la fuerte subida a través de un pinar lo hace más agudo todavía. Nos acercamos a Nanche Bazar, la capital del país sherpa. Llevamos ya 3 horas andando y la sucesión de puentes tibetanos y controles militares nos ha llevado hasta este pequeño saliente de la ladera. "¡Eso parece el macizo del Everest!", grita Pablo. Tenemos tantas ganas de verlo, aunque sea en la lejanía, que vemos su sombra en cualquier montaña. Joâo nos saca de nuestro error y proseguimos hasta Nanche. Nanche Bazar es un lugar increíble en un sitio mas increíble todavía. Mezcla las tradiciones sherpas más antiguas con cibercafés, tiendas de productos de montaña, bancos y hasta una Irish Tabern. Sin duda en un lugar curioso. Pero lo que más fascina al caminante es su emplazamiento: un imponente anfiteatro colgado cientos de metros sobre el barranco. Ésto lo podemos ver en su esplendor cuando descubrimos que el lodge Khumbu Resort, al que nos dirigimos, es el más alto del pueblo; tónica que seguiremos todo el viaje, haciendo temblar a nuestras piernas cada vez que queremos bajar a tomar un café al centro del pueblo de turno.

            Ha sido un día duro, de 5 horas de caminata y nos encontramos ya a 2595 metros de altitud, y eso que solo hemos empezado a andar. Mañana tenemos un día de aclimatación por los alrededores de Nanche; así que dedicamos el resto del tiempo a recorrer el pueblo, jugar al ajedrez y ver nuestra saturación en sangre. Ésto es una rutina que nos acompañará todo el viaje y que nos ayudará a ver cómo nos vamos adaptando cada uno de nosotros a la altitud. Como dato, decir que Nanche es el último sitio con una conexión a internet decente, así que aprovechamos para chatear con nuestras familias.

            Al día siguiente madrugamos (cosa muy recomendable en el Himalaya) y visitamos los pueblos cercanos de Khumjung y Khumde. En este día hay dos cosas que sobresalen sobre el resto. Visitamos una verdadera casa sherpa, donde comemos y bebemos un té y, por primera vez en nuestras vidas, vemos el Everest. Además visitamos la escuela de Hillary en Khumjung y su hospital en Khumde. Es increíble el cariño y respeto que se tiene por este mito del alpinismo en el valle. Por la noche la misma rutina de todos los días. Mencionaré de forma especial el Dal Bhat, plato típico de Nepal, compuesto de arroz, lentejas y carne o verduras, que será nuestra fuente de energía día tras día.

            Parece que llevamos una eternidad andando, y solo llevamos cuatro días aquí, pero pasan muchas cosas en cada etapa. Hoy vamos desde Nanche Bazar hasta Pangboche y el camino no ha tenido desperdicio, de echo, parece difícil que en 7 horas puedan pasar tantas cosas. Salimos todavía con la oscuridad como acompañante y vemos amanecer sentados en una estupa con el Ama Dablan, de 6.812 metros, de fondo (algo inolvidable). Afrontamos la subida más dura del Treking, tras una Rara Noodle Soup en Punki Tenga. Pero sin duda la fuerte subida merece la pena, ya que arriba está el monasterio budista de Tengboche, uno de los más importantes de todo el valle. Ir con una celebridad como Joâo tiene ventajas y nos dejan entrar en la zona de oración, restringida a los turistas; que es un sitio totalmente mágico, con una imponente estatua de Buda de más cinco metros de alto. Además, aquí nos bendijeron en nuestro objetivo y nos pusieron una Kata. Una Kata es un pañuelo sagrado budista que te imponen a modo bendición para que tengas suerte en tu vida. Para mí supuso algo distinto porque, pese a no ser creyente, en ese sitio se respiraba una atmosfera diferente, de una enorme paz.

            Por último, y para rematar el día, al bajar del templo nos encontramos con José Carlos Tamayo, conocido alpinista español, famoso sobre todo por su etapa en el programa televisivo Al Filo de lo Imposible. Con él intercambiamos algunas anécdotas y pronto acabamos en Pangboche en el lodge Ama Dablan View a nada menos que 4.250 metros.

            La siguiente jornada fue una de las pocas donde me he sentido mal de verdad en este valle. El plan era sencillo, día de aclimatación hasta el campo base del Ama Dablan y pronto de vuelta para descansar para el día siguiente. Para mí todo se torció. Me levanté algo abotargado pero nada distinto al resto de los días. El primer aviso lo dió mi saturación, algo más baja de lo que debiera. Nada más empezar a andar supe que eso iba a ser duro. Un incesante dolor de cabeza empezó a taladrarme las sienes, me encontraba débil, mis piernas no "carburaban". Ni el imponente paisaje, ni las bromas en el campo base (escalar boulder a 4.550 metros es algo inolvidable), ni la casi hora y media de descanso y aclimatación que estuvimos tirados al sol, consiguió reducir mi dolor de cabeza, que en la breve bajada se torno cercano a lo insoportable. Cuando llegué al lodge me tome una aspirina y todo lo demás que recuerdo es dar vueltas dentro de mi saco. La altitud me había dado el primer aviso, pero no sería el último.

            El día amaneció diferente al resto, la meteorología en el Himalaya suele ser estable en estas fechas, sol por la mañana y nubes que entran por el valle por la tarde. En cambio hoy todo había amanecido algo gris, y así lo atestiguaba que no se vieran ni el Ama Dablan, ni el Tawoche Peak (imponente montaña, la más vertical que ví en todo el viaje). Yo parecía totalmente recuperado de mi mal de ayer, pero ese día les había llegado al resto, sobre todo al pobre Rubén que solo pudo seguirnos a duras penas.  Hoy tocaba una etapa dura, pero emocionante a la vez. Entraríamos en los dominios del Everest y dormiríamos a nada menos que 4.930 metros de altitud, preparándonos para al otro día ir a Kalapatthar, a 5.550 metros de altitud, y al campo base del Everest.

            La mañana empezó bien, ya que cuando íbamos a irnos de Pangboche nos dimos cuenta de que algo raro pasaba en el pueblo. La razón es que había una Puya, nada menos que una ceremonia en honor a Buda, donde un lama local bendice a los presentes. Así que nos fuimos de Pangboche con una bendición más y un cordel protector en el cuello. A partir de ese momento todo se torció. Rubén se encontraba francamente mal, Pablo empezó a dar síntomas de MAM y, por si fuera poco, empezó a nevar, poco y no con mucha fuerza, pero a nevar. "Esperemos que todo mejore", me decía para mis adentros.

            Por lo demás, la etapa era una preciosidad. Entrábamos en verdadero terreno alpino, donde desaparecía la vegetación, recorríamos la morrera final del glaciar del Khumbu y veíamos los innumerables monumentos a los fallecidos en el Everest. Está el pétreo, que son amontonamientos espontáneos que hace la gente para recordar a sus amigos muertos en esta montaña, y el oficial en la población de Pheriche, que es una bonita escultura metálica, pero que a la vez te recuerda donde estas y lo insignificante que eres entre estas montañas.


            El final del día fue raro, todos teníamos algo de malestar por la altitud y fuera nevaba con fuerza, lo cual aplanaba aun más nuestro ánimo. Además el lodge no era especialmente cómodo y hacía bastante frio. Creo que fue la peor tarde en el Himalaya. Pero daba igual, una fuerte ilusión crecía dentro de mí. Mañana, si nada lo impedía, tendría frente a frente al gigante del Himalaya, al Everest en todo su esplendor, y desde su mejor mirador, Kalapatthar. Aquello que tantas veces había visto en una pantalla o en un libro lo tendría al alcance de mi mano. Sería un sueño hecho realidad. 


Atardecer en Pangboche.


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