Las primeras
luces del día entran tímidas por la minúscula ventana de mi habitación. Los
primeros momentos son confusos, pero una vez despierto y totalmente consciente,
me ubico. Estoy en Chukung a 4800 m. de altura, el frío me congela la nariz, la
única parte de mí que queda fuera del saco. Me vuelvo hacia la cama de Pablo pero
no hay nadie. Me he debido dormir. Cuando me levanto, rápido y con las prisas
lógicas, me doy cuenta de dos cosas: una esperada y otra intrigante.
El cuerpo me duele. Lo
cual era de esperar, dado que ayer subí un monte de más de 6000 metros, pero
tampoco tengo las agujetas espectaculares que imaginaba el día anterior; más
bien un entumecimiento general que, unido a la altitud, hace que mis
movimientos sean lentos y dubitativos.
La otra circunstancia
que me sobreviene, justo después del dolor muscular y mientras me visto, es que
son las 8:00 de la mañana y eso es muy tarde, teniendo en cuenta que tenemos
por delante una de las jornadas más duras de nuestra aventura himalayica. Las
dudas me asaltan en estos minutos de ponerme capa tras capa de ropa. ¿Me habrán
dejado aquí? Poco probable. ¿Alguien estará muy enfermo? No es lógico que no me
hayan despertado para decidir si evacuarlo o qué decisión tomar al respecto. Lo
único que tengo claro es que viendo la hora que es y todas mis pertenencias y
las de Pablo esparcidas fuera de las mochilas, hoy no hacemos el collado de Amphu
Labtsa. Ésto es debido alguna razón que no alcanzo a comprender, aparte de
nuestro cansancio, pero eso no me parece suficiente motivo como para no haberlo
ni intentado.
Salgo al salón de lodge
en busca de respuestas, algo confundido y adormecido todavía. Pido un té y miro
a mis compañeros esperando una explicación, porque ahí están todos
tranquilamente, desayunando platos rebosantes. “¿Has mirado por la ventana?”,
me pregunta Rubén. Cuando alzo la vista todo se vuelve claro, cristalino como
el agua del torrente más puro: está nevando con fuerza y, a tenor de la capa
que lo cubre todo, lleva haciéndolo varias horas. Joao dice que es el elemento
que faltaba para que, unido a nuestro cansancio y el débil estado de salud de
alguno de nosotros, nos tengamos que replantear muy en serio qué hacer. De
momento, salgo fuera a ver la situación, pero eso es complicado, ya que la
densa niebla no deja ver más allá de la casa de enfrente del lodge. Parece que hoy
todo está difícil.
Debatimos largo y
tendido esa mañana. Mientras, Pablo nos hace entrevistas sobre la ascensión de
ayer y cómo nos encontramos. Pero veo el ánimo de mis compañeros y me doy
cuenta de una cosa: hemos renunciado. Por mucho que barajemos posibilidades y
condiciones meteorológicas, que miremos los mapas estudiando las rutas y que
nos midamos la saturación intentando hacer una evaluación de nuestra salud. En
la cara de todos se ve reflejado que así no podemos empezar una travesía de 4 días
con collados de más de 5000 metros técnicos e inciertos y en total autonomía. Sería
una temeridad. Quizá lo de barajar opciones y mirar los mapas sea más por autocompadecernos
que por terminar de convencernos.
La decisión final es la
lógica y la más sensata, pero también la más dura de tomar. Nos damos la vuelta.
Así es imposible. El cúmulo de coincidencias hacen de esta expedición algo
peligroso, incluso temerario, y esa no es una opción en este lugar. Así que
alguien dice una frase que se oye en un grupo de alpinistas siempre que un
objetivo no es alcanzado: “La montaña de ahí no se va a mover, ya volveremos en
otra ocasión”. Esa frase es tan cierta como complicada de cumplir, tan lejos de
casa.
Así que comenzamos a
desandar nuestros pasos de hace un par de días, bajo la intensa nevada, con un
andar extraño producido por nuestras pesadas botas de altura. Estamos todos
callados y pensativos, como buscando algo en lo más profundo de nosotros que
corrobore que la decisión que hemos tomado es la correcta. Barajando todos los
pros y los contras una y otra vez. Rezando para que mañana no amanezca soleado
y con toda la nieve derretida; sino que nieve, y fuerte, para dar más razón a
la decisión más sensata, pero a la vez más indeseada, que tiene que tomar todo
montañero.
El Himalaya a la postre
nos dará la razón, pero eso ya es letra de otra historia.
Lorenzo J. Martínez bajo la nevada, ya de regreso a Lukla. Galeria el Himalaya a la postre nos dará la razón. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario